miércoles, 8 de mayo de 2013

LA ADORACIÓN EN EL CIELO (1a Parte)

LA ADORACIÓN EN EL CIELO (1a Parte)

 
CÓMO LE ADORAN EN EL CIELO?
 
Son muchos los que han llegado a pensar y aún, a decir, que adorar a Dios por toda la eternidad no será deleitoso; sino más bien, hablando en términos humanos, será algo cansado, aburrido o fastidioso. ¡Nada más equivocado!
Quienes dicen tal cosa, quizás no son aún verdaderos adoradores en esta tierra. Lo más probable es que todavía no hayan aprendido a adorar a Dios “en espíritu y en verdad”, como Dios quiere que lo hagamos (Juan 4:23-24). Además, seguramente están viendo la adoración desde la perspectiva que nuestra limitada e imperfecta humanidad lo permite.
 
Si aquellos que así piensan, no conciben la idea de pasarse adorando a Dios por una hora, aquí en esta tierra; pues mucho menos les parecerá factible imaginarse a sí mismos haciéndolo todo el tiempo, por siempre y para siempre en el cielo.
En realidad, aquí estamos sujetos a un cuerpo natural, físico, que nos demanda muchas exigencias; así como a una mente que no comprende a cabalidad el hecho de una permanente y continua intimidad con Dios en adoración.
En cambio, allá en el cielo, estaremos en perfecta, completa y eterna comunión en intimidad con nuestro Señor. Ya para ese entonces, seremos perfectos antes Dios y estaremos en un cuerpo glorificado. No estaremos nunca más sujetos a los deseos, pasiones, preocupaciones o angustias de este mundo actual. Ni siquiera el tiempo, tal como lo conocemos, tendrá ya validez.
Por eso, despojados de esas cargas y limitaciones terrenas, en el cielo nos veremos espontáneamente impulsados a adorar a Dios; lo cual, por cierto, haremos de manera placentera.
Si nos detenemos a estudiar lo que la Biblia nos habla acerca de la adoración celestial, veremos que el cielo hay y habrá continua adoración a Dios de una manera tal que, hoy por hoy, nos sería difícil concebirla, desde nuestro entendimiento natural.
Veamos un pasaje que nos revela un poco acerca de cómo será la adoración en el cielo. El Señor le permitió al apóstol Juan contemplar esta revelación; y él la dejó plasmada en el libro de Apocalipsis:
“Después de esto miré, y he aquí una puerta abierta en el cielo; y la primera voz que oí, como de trompeta, hablando conmigo, dijo: Sube acá, y yo te mostraré las cosas que sucederán después de estas. Y al instante yo estaba en el Espíritu; y he aquí, un trono establecido en el cielo, y en el trono, uno sentado. Y el aspecto del que estaba sentado era semejante a piedra de jaspe y de cornalina; y había alrededor del trono un arco iris, semejante en aspecto a la esmeralda. Y alrededor del trono había veinticuatro tronos; y vi sentados en los tronos a veinticuatro ancianos, vestidos de ropas blancas, con coronas de oro en sus cabezas.
Y del trono salían relámpagos y truenos y voces; y delante del trono ardían siete lámparas de fuego, las cuales son los siete espíritus de Dios. Y delante del trono había como un mar de vidrio semejante al cristal; y junto al trono, y alrededor del trono, cuatro seres vivientes llenos de ojos delante y detrás. El primer ser viviente era semejante a un león; el segundo era semejante a un becerro; el tercero tenía rostro como de hombre; y el cuarto era semejante a un águila volando. Y los cuatro seres vivientes tenían cada uno seis alas, y alrededor y por dentro estaban llenos de ojos; y no cesaban día y noche de decir: Santo, santo, santo es el Señor Dios Todopoderoso, el que era, el que es, y el que ha de venir.
Y siempre que aquellos seres vivientes dan gloria y honra y acción de gracias al que está sentado en el trono, al que vive por los siglos de los siglos, los veinticuatro ancianos se postran delante del que está sentado en el trono, y adoran al que vive por los siglos de los siglos, y echan sus coronas delante del trono, diciendo: Señor, digno eres de recibir la gloria y la honra y el poder; porque tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad existen y fueron creadas.”
Apocalipsis 4:1-11
Intento imaginarme esa escena. Aunque nadie puede decir con certeza qué o quiénes son esos cuatro seres vivientes ni podemos comprender del todo su apariencia, la Biblia nos cuenta que son seres asombrosos (Ezequiel 1:1-28) que están delante de la presencia de Dios y le rinden continua adoración. Si nos fijamos, nos dice el Apocalipsis que ellos no cesan, no paran, no se detienen nunca de adorar a Dios.
Me llama la atención que dice este pasaje que estos cuatro seres vivientes no cesaban día y noche de decir: Santo, Santo, Santo…” Y eso no es todo. Se nos relata aquí que siempre” (o sea, cada vez y de continuo) que estos cuatro seres vivientes hacen esto, pues los veinticuatro ancianos se postran delante del que está sentado en el trono y adorany echan sus coronas delante del trono.”
Siendo así, estos veinticuatro ancianos están postrados ante el Señor prácticamente todo el tiempo (pues los cuatro seres vivientes nunca cesan de adorar a Dios). Las coronas de esos 24 ancianos están más tiempo a los pies del Señor que sobre sus cabezas. Si las llegan a recoger, entonces, simplemente, cada vez que se levantan y miran cara a cara a Dios, contemplando su incomparable belleza y majestad, pues las vuelven a arrojar a los pies del Señor y se postran ante él.
Tampoco se sabe con completa certeza quiénes son esos veinticuatro ancianos. Hay quienes piensan que se trata de un grupo representativo de los redimidos. Otros creen que se trata de los once apóstoles, el apóstol Pablo y algunos profetas. O quizás, son seres totalmente celestiales. Eso tampoco yo lo sé y creo que, a ciencia cierta, tampoco nadie.
Pero, sea como fuere, el asunto que quiero recalcar aquí es que estos veinticuatro ancianos (a quienes Dios mismo les concedió el sumo honor de coronarlos y sentarlos a cada uno en un trono alrededor de Su propio trono - Ap. 4:4), ellos, a sí mismos, no se consideran dignos de conservar sobre sus cabezas sus coronas. Más bien, en señal del reconocimiento del supremo señorío de Dios, las arrojan a sus pies y se rinden ante él en hermosa actitud de adoración.
Pues, ¿cuánto más no deberíamos nosotros, simples mortales, en humildad, rendirle adoración al Señor, siempre y cada día de nuestras vidas? Adorar al Señor es, entre otras cosas, una señal de nuestro reconocimiento de su completo Señorío y majestad. Él es el supremo Rey, entre todos los reyes. Por eso, es mi opinión muy personal que, cuando un hijo de Dios no pone interés en adorarle, ello revela un signo de altivez en su persona.
Piénselo usted: todos aquellos seres (los cuatro seres vivientes, los veinticuatro ancianos, los ángeles, arcángeles, querubines, serafines) que tienen el privilegio de estar ante el trono de Dios y contemplarle; que son magníficos, comparados con nosotros, y están continuamente en la presencia del Señor; bueno, si ellos participan gozosos y fervientemente de la continua adoración celestial; pues ¿cómo no hemos nosotros de adorar al Señor desde esta tierra y unir nuestras voces a las de todos ellos, en verdadera adoración, como Dios quiere que lo hagamos?
Empecemos a aprender a hacerlo ahora que estamos en este cuerpo mortal. Pues si no, ¿cómo habremos de hacerlo en el cielo?
Las Escrituras nos dicen que todos aquellos que alcancemos la vida eterna, también llegaremos a formar parte de esa hermosa, permanente y eterna adoración a Dios:
“Después de esto miré, y he aquí una gran multitud, la cual nadie podía contar, de todas naciones y tribus y pueblos y lenguas, que estaban delante del trono y en la presencia del Cordero, vestidos de ropas blancas, y con palmas en las manos; y clamaban a gran voz, diciendo: La salvación pertenece a nuestro Dios que está sentado en el trono, y al Cordero. Y todos los ángeles estaban en pie alrededor del trono, y de los ancianos y de los cuatro seres vivientes; y se postraron sobre sus rostros delante del trono, y adoraron a Dios, diciendo: Amén. La bendición y la gloria y la sabiduría y la acción de gracias y la honra y el poder y la fortaleza, sean a nuestro Dios por los siglos de los siglos. Amén.”
Apocalipsis 7:9-12
“Después de esto oí una gran voz de gran multitud en el cielo, que decía: ¡Aleluya! Salvación y honra y gloria y poder son del Señor Dios nuestro; porque sus juicios son verdaderos y justos… Y los veinticuatro ancianos y los cuatro seres vivientes se postraron en tierra y adoraron a Dios, que estaba sentado en el trono, y decían: ¡Amén! ¡Aleluya!
Y salió del trono una voz que decía: Alabad a nuestro Dios todos sus siervos, y los que le teméis, así pequeños como grandes. Y oí como la voz de una gran multitud, como el estruendo de muchas aguas, y como la voz de grandes truenos, que decía: ¡Aleluya, porque el Señor nuestro Dios Todopoderoso reina! Gocémonos y alegrémonos y démosle gloria; porque han llegado las bodas del Cordero, y su esposa se ha preparado. Y a ella se le ha concedido que se vista de lino fino, limpio y resplandeciente…”
Apocalipsis 19:1-2,4-8
El profeta Isaías también tuvo el privilegio de vislumbrar un poco de la gloria de Dios en el cielo y de la adoración celestial:
“En el año que murió el rey Uzías vi yo (Isaías) al Señor sentado sobre un trono alto y sublime, y sus faldas llenaban el templo. Por encima de él había serafines; cada uno tenía seis alas; con dos cubrían sus rostros, con dos cubrían sus pies, y con dos volaban. Y el uno al otro daba voces, diciendo: Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos; toda la tierra está llena de su gloria. Y los quiciales de las puertas se estremecieron con la voz del que clamaba, y la casa se llenó de humo.”
Isaías 6:1-4
Así que, si aún no hemos aprendido a gozarnos y alegrarnos en la alabanza ni a sumergirnos en adoración ante nuestro Rey, pues será mejor que vayamos aprendiendo y nos acostumbremos a hacerlo, pues aquí en la tierra ese es solo nuestro entrenamiento, al respecto de algo que haremos por toda la eternidad en su bendita presencia: adorarle.
Muchos han dicho que la adoración que elevamos a Dios, desde esta tierra, es solo un "ensayo" de lo que haremos en el cielo. Y creo que eso tiene mucho de cierto. Y si “los ensayos” terrenales pueden ser tan magníficos, ¡cuánto más lo será el celestial “concierto final”!
Medite usted también un poco sobre esto otro: los creyentes en esta tierra podemos y debemos hacer diversas cosas que Dios nos ha encomendado: predicamos y enseñamos su santa y bendita Palabra, llevando el Evangelio y haciendo discípulos. También, buscamos su presencia en oración; igualmente, elevamos alabanza y adoración a él. Ofrendamos y diezmamos para su obra; hacemos obra de caridad para con nuestro prójimo, etc.
Pues bien, todo ello es bueno, necesario y magnífico y de no hacerlo, creo que tendríamos que darle cuentas a Dios. Pero, de todo lo anterior solo hay una cosa que prevalecerá y que seguiremos haciendo cuando estemos en su presencia por toda la eternidad. Sabemos cuál es ¿verdad?
Bueno, allá en el cielo ya no habrá necesidad de la oración, pues le veremos tal como él es y podremos conversar cara a cara con él:
“Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es."
1 Pedro 3:2
En el cielo tampoco predicaremos ni enseñaremos su Palabra a otros, pues en aquel día lo conoceremos todo. Ya no habrá más almas que salvar, pues las que se salvaron, estarán allá también con nosotros; y las que no, pues ya no habrá más oportunidad de predicarles ni de salvarlas.
“…está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio,”
Hebreos 9:27
De igual manera, tampoco diezmaremos ni ofrendaremos en el cielo, pues disfrutaremos de la plenitud y las riquezas del Señor. El dinero ya no tendrá valor pues la ciudad celestial será de oro. Ese oro, que hoy tanto valoramos y con el cual nos ataviamos, entonces estará a montones, y será el suelo que pisemos.
"Y me llevó en el Espíritu a un monte grande y alto, y me mostró la gran ciudad santa de Jerusalén, que descendía del cielo, de Dios... El material de su muro era de jaspe; pero la ciudad era de oro puro, semejante al vidrio limpio."
Apocalipsis 21.10,18
Pero, además de todas estas cosas, algo que ya hacemos aquí, en este mundo terrenal y que seguiremos haciendo por la eternidad será, precisamente, adorar a Dios.
La adoración a Dios preexiste al ser humano y prevalecerá por los siglos de los siglos, por toda la eternidad; trascendiendo el tiempo y el espacio. Siendo en sí, la exaltación a Dios, el todo y razón del universo.
Puedes ver la continuación de este artículo en:
¿CÓMO LE ADORAREMOS EN EL CIELO?

¿Cómo imaginas que es la adoración a Dios, que se lleva a cabo ahora mismo en el cielo? Cuéntanos lo que piensas..

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