miércoles, 8 de mayo de 2013

LA ADORACIÓN EN EL CIELO (2a Parte)

LA ADORACIÓN EN EL CIELO (2a Parte)

 
CÓMO LE ADORAREMOS EN EL CIELO?
 
En el artículo anterior (¿Cómo será adorar a Dios eternamente? Parte 1), hablamos de lo que la Biblia nos cuenta acerca de la adoración celestial. En esta ocasión, quisiera que viéramos esto mismo, solo que ahora, desde la perspectiva de cómo se sentirá adorar a Dios en el cielo.
Y también, para aquellos que no se sienten muy motivados para exaltar a Dios, quisiera animarles, recordándoles algunas de las muchas razones que encuentro para hacerlo. Es más, yo me pregunto: ¿y cómo no adorarle, si es que le debemos tanto?
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Como bien dijimos en el otro artículo, hay quienes piensan que el cielo será aburrido; inclusive, que adorar a Dios por toda la eternidad será algo gravoso. Bueno, yo puedo comprender que piensen así las personas que no tienen al Señor en su corazón y que no le han conocido como su Salvador personal. Eso es entendible. Pero en el caso de aquellos que se llaman a sí mismos creyentes, cristianos, hijos de Dios, redimidos o salvos, y que piensen así... Bueno… no lo entiendo muy bien. Y no es un caso hipotético. He escuchado a varios expresarse de tal forma.
Creo que para que alguien se sienta motivado a adorar a Dios, todo radica en dos cosas básicas:
  • Primero: en CONOCERLE Y ESTAR CONSCIENTES DE QUIÉN ES ÉL.
  • Y segundo: en ESTARLE ETERNAMENTE AGRADECIDOS.
Quien tenga estas dos cosas como una realidad en su vida, SERÁ ALGUIEN A QUIEN NUNCA LE FALTARÁN RAZONES PARA ADORAR AL SEÑOR. Es más: adorar a Dios será el anhelo de esta persona, pues será un eterno enamorado de Dios.


1. ¿Y CÓMO NO ADORARLE?
A veces, me pongo a pensar en lo hermoso que ha de ser para los ángeles y demás seres celestiales, estar siempre ante la presencia de Dios y poder verle cara a cara. Quizás hasta podríamos pensar que así sí es fácil adorar a Dios. Pero que otra cosa es hacerlo nosotros aquí, atrapados en este cuerpo mortal, en nuestra torpe e imperfecta humanidad.
Mas, entonces, el Señor me trae al corazón algo que los hijos de Dios tenemos, y que ninguno de sus ángeles que están con él en el cielo, ha podido experimentar. Una preciosa razón que, de por sí, ya bastaría para querer adorar a nuestro Señor siempre. Veamos.
Estos ángeles fueron creados por Dios y siempre han estado delante de él. Es lo que siempre han conocido. No saben lo que es vivir sin Dios, separados de él. No han vivido la tristeza, la angustia, la soledad o la desesperación de estar sin él. Y luego, sentir cómo Dios consuela, cambia ese lamento en gozo y llena de paz. No hay recibido la ansiada respuesta a una gran necesidad. No saben lo que es estar enfermos y ser sanados por el Señor.
Y lo más grande: nunca han pecado ni necesitado su perdón. No conocen qué se siente saber que, aún mereciendo un fuego eterno, Dios mismo envió a su único Hijo para librarnos de tal castigo y destino; tomando él, a través de una muerte y sufrimiento horrendos, el lugar que a nosotros nos correspondía. Y siendo que la salvación de nuestras almas resultó tan costosa que solo pudo ser pagada con la vida y la sangre de Cristo, a Dios no le quedó más alternativa que concedérnosla gratis, solo por su gracia, pues era impagable para nosotros. Entonces, nos las regala. Y además de eso, nos hace vivir una vida abundante y en plenitud, aquí en la tierra. Y para luego, nos tiene preparada la vida eterna, siempre junto a él. Ninguna criatura celestial sabe la gratitud que se siente por todo eso.

Jesucristo lo hizo todo por nosotros. Entonces ¿cómo no estar gozosos y serle agradecidos eternamente; aún más que los propios ángeles, que no saben lo que se siente haber sido redimidos por el Unigénito Hijo de Dios? Y aún sin saber lo que es eso, ellos le colman en todo momento de suprema adoración. Pues, ¡cuánto más deberíamos hacerlo nosotros!


Y nosotros ¿qué estamos haciendo? Si tan solo sintiéramos siempre y vivamente una completa gratitud hacia Dios por todas estas cosas, nunca nos faltarían razones para adorarle.
Por eso, como cristianos, como hijos o hijas de Dios, si hemos experimentado la salvación y el perdón de nuestros pecados, pero somos indiferentes, al punto en que nos diera lo mismo adorar o no adorar al Señor; pues creo que entonces resultaríamos, al fin de cuentas (y discúlpenme si esto llegase a herir susceptibilidades) siendo, simplemente, unos mal agradecidos.


2. SEAMOS AGRADECIDOS:
El Señor se fija muy bien en quién tiene un corazón agradecido para con él y quién no lo tiene. Dios se agrada de nosotros cuando somos agradecidos con él. Esto lo podemos ver en el siguiente pasaje:
“Yendo Jesús a Jerusalén, pasaba entre Samaria y Galilea. Y al entrar en una aldea, le salieron al encuentro diez hombres leprosos, los cuales se pararon de lejos y alzaron la voz, diciendo: ¡Jesús, Maestro, ten misericordia de nosotros! Cuando él los vio, les dijo: Id, mostraos a los sacerdotes. Y aconteció que mientras iban, fueron limpiados.
Entonces uno de ellos, viendo que había sido sanado, volvió, glorificando a Dios a gran voz, y se postró rostro en tierra a sus pies, dándole gracias; y éste era samaritano.
Respondiendo Jesús, dijo: ¿No son diez los que fueron limpiados? Y los nueve, ¿dónde están? ¿No hubo quien volviese y diese gloria a Dios sino este extranjero? Y le dijo: Levántate, vete; tu fe te ha salvado.”
Lucas 17:11-19
Si observamos bien, los diez hombres de este pasaje recibieron de Jesús, la sanidad a su enfermedad. Pero nueve de ellos se quedaron únicamente con esto; solo eso fue lo que recibieron. Y aunque la sanidad de su lepra era algo grande para ellos, había algo aún más precioso que Jesús les hubiera querido regalar a los diez: la salvación de sus almas.
Pero solo aquel samaritano, quien tuvo un corazón agradecido para con Jesús, fue el único privilegiado, entre aquellos diez, que recibió su salvación. Este hombre regresó solamente para agradecerle a Jesús y darle gloria a Dios. Sin embargo, Jesús le añadió aún otra bendición mayor que la que ya había recibido.
Es que quien se acerca al Maestro con un corazón agradecido y una actitud de adoración, siempre recibirá mucho más allá de lo que piensa o imagina:
“Y a Aquel que es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que actúa en nosotros, a él sea gloria en la iglesia en Cristo Jesús por todas las edades, por los siglos de los siglos. Amén.”
Efesios 3:20-21
No seamos ingratos con el Señor, y agradezcámosle todo lo que ha hecho, hace y ha prometido que hará con nosotros. Es que sin importar lo que nos acontezca en esta vida, el solo hecho de gozar de la inmerecida salvación que Cristo nos da, ya es razón suficiente para volcar hacia él toda nuestra adoración.
Y además de esto, recordemos que, independientemente de que nos mostremos o no agradecidos, él es Dios. Por lo cual, siempre ha sido, es y será digno y merecedor de toda adoración. Esto jamás cambiará y a él le debemos toda gloria y honor, hoy y siempre.

3. ADORAR A DIOS NOS LLEVA A CONTEMPLARLE:

En lo que respecta a las bellezas que me esperarán en el cielo, mi mayor aliciente (muy personalmente hablando) no es vivir en una hermosa, perfecta y resplandeciente ciudad (Apocalipsis 21:10-11), toda hecha de oro (Ap. 21:18), adornada de toda piedra preciosa (Ap. 21:19-20), cuyas puertas son de macizas perlas y sus calles de oro (Ap. 21:21). Tampoco lo es el tener un cuerpo glorificado, vestir hermosas vestiduras blancas ni llevar una corona en mi cabeza, si la llego a ganar. Todo eso ha de ser hermoso, por supuesto. Pero, a mi parecer, son solo añadiduras. Hermosas y gloriosas; pero al fin y al cabo, añadiduras.
Pero, ¿cómo que “añadiduras”?, me dirán quizás ustedes. ¿Acaso estoy menospreciando las hermosas mansiones que Cristo mismo nos ha preparado? Claro que no.
Cuando me refiero a todas esas bellezas del cielo como “añadiduras”, es porque creo que todas ellas se quedarán “pequeñas”, comparadas con lo que será lo mejor del cielo, lo más sublime, lo más precioso y preciado; lo realmente incomparable y lo que yo más ansío llegar a disfrutar: LA PRESENCIA MISMA DEL SEÑOR. Esa es mi mayor esperanza.
Así, mi mayor aliciente de lo que encontraré en el cielo es alcanzar el privilegio inmerecido de contemplar al Señor frente a frente, de conversar con él cara a cara; de cenar en la misma mesa que él, de verlo con mis propios ojos frente a mí y poder entregarle, allí mismo, en persona, mi adoración.
Creo que el “encanto” y esencia del cielo no es la gloria, ni los ángeles ni la hermosa ciudad celestial. Para mí, todo el encanto y gloria del cielo es, precisamente, Dios mismo. El cielo es precioso, precisamente, porque el Señor está allí. El cielo, con toda su hermosura, no sería cielo, si Dios no estuviera allí. El cielo no es cielo, sin Dios; la gloria no es gloria, sin Dios. Él es la gloria. Lo importante del cielo no es cómo será; sino, QUIÉN ESTARÁ ALLÍ: el Rey de reyes y Señor de señores.
“Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es. Y todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él es puro.”
1 Juan 3:2-3
Este versículo citado nos muestra que nuestra esperanza máxima es llegar a ver al Señor tal como él es. Pero es necesario que estemos conscientes de lo que este hecho representa, para que así, "esta esperanza" se convierta para nosotros en un vehemente anhelo y pasión. Quien no lo comprende, no lo anhelará. Y quien no lo anhele, no sentirá el impulso de "purificarse a sí mismo", para llegar a alcanzarlo.
Creo que quienes no se sienten motivados o inspirados a adorar a Dios es porque no le han visto y conocido personalmente en su vida. Es como que necesitasen verle con sus ojos, para luego adorarle.
Mas, recordemos esto:
"Jesús le dijo: Porque me has visto, Tomás, creíste; bienaventurados los que no vieron, y creyeron."
Juan 20:29
Lo anterior se refiere, en primera instancia, a creer en Cristo, en el Evangelio. Pero este versículo también podemos hacerlo extensivo al concepto de poder ver a Dios y contemplarle a él, por medio de la fe, en todas las esferas de nuestra vida.
Nos dicen además las Escrituras, respecto a ver a través de los ojos de la fe:
"Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve... Pero sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan.”
Hebreos 11:1,6
Aquí en esta tierra, nadie ha contemplado a Dios en todo su esplendor y gloria; ninguno viviría para contarlo. Allá en el cielo, sí podremos verle finalmente cara a cara, como es; pues tendremos un cuerpo glorificado, totalmente santo y puro que sí tendrá la capacidad de estar ante la presencia del Altísimo.
A través de la adoración (aún estando nosotros en este cuerpo imperfecto y mortal) podemos llegar a admirarle, a contemplarle, al acercarnos a él en espíritu y en verdad. Quizás no le veamos literalmente, con nuestros ojos naturales. Pero los ojos de nuestro espíritu sí pueden verle, cuando le adoramos.
Ahora bien, si la adoración nos permite contemplar al Señor, aún estando nosotros en este mundo terrenal; pues ¿cuánto más no lo contemplaremos cuando estemos cara a cara frente a él y para siempre?
Es que pienso que el solo hecho de estar ante él, cara a cara, nos llevará, de por sí, a querer solo adorarle.
Lo anterior, yo lo resumiría y expresaría, en mis propias palabras, así:
Al adorar a Dios, aquí en la tierra, le llegamos a contemplar.
En el cielo, al contemplarle, le querremos solo adorar.
Aquí, el adorarle nos lleva a contemplarle.
Allá, contemplarle, nos impulsará continuamente a adorarle.
En el cielo, contemplarle no será un efecto de adorarle;
Contemplarle será la causa por la cual adorarle.
Por eso, en el cielo hay y habrá continua adoración:
Pues quien está frente el Señor y le contempla,
No puede hacer otra cosa, sino adorarle.
Hay una bella canción, que interpreta el ministro de la música, Marcos Vidal; la cual plasma poéticamente el anhelo que deberíamos sentir por estar ante la presencia misma del Señor y llegar a contemplarle, allá en la eternidad. El cantante deja entrever que, más que importarle lo que llegue a alcanzar y encontrar en el cielo, lo único valedero para él es poder estar frente a frente con el Maestro. De este canto, “CARA A CARA”, me permito citar hoy su letra y te invito a que, mientras la lees, te imagines a ti mismo en esta escena, estando cara a cara frente al Señor:
CARA A CARA
Intérprete: Marcos Vidal

Solamente una palabra, solamente una oración,
cuando llegue a tu presencia, oh Señor.
No importa en qué lugar de la mesa me hagas sentar,
o el color de mi corona, si la llego a ganar.

Solamente una palabra, si es que aún me queda voz,
y si logro articularla en tu presencia.
No te quiero hacer preguntas, tan solo una petición,
y si puede ser a solas, mucho mejor:

Solo déjame mirarte cara a cara
y perderme, como un niño, en tu mirada.
Y que pase mucho tiempo y que nadie diga nada,
porque estoy viendo al Maestro, cara a cara.
Que se ahogue mi recuerdo en tu mirada.
Quiero amarte en el silencio y sin palabras;
y que pase mucho tiempo y que nadie diga nada.
Solo déjame mirarte cara a cara.

Solamente una palabra, solamente una oración,
cuando llegue a tu presencia, oh Señor.
No importa en qué lugar de la mesa me hagas sentar,
o el color de mi corona, si la llego a ganar.

Solo déjame mirarte cara a cara,
aunque caiga derretido en tu mirada.
Derrotado y desde el suelo, tembloroso y sin aliento,
aún te seguiré mirando, mi Maestro.
Cuando caiga ante tus plantas, de rodillas,
déjame llorar, pegado a tus heridas.
Y que pase mucho tiempo y que nadie me lo impida,
que he esperado este momento toda mi vida.

Lo que abunde en nuestro interior es lo que brotará de él con toda facilidad. Si en nuestro corazón lo que realmente abunda es amor y gratitud hacia Dios, nunca nos será gravoso alabarle ni adorarle, pues será una actitud que saltará, que brotará espontáneamente de nuestro corazón.
Siendo así, el elevar al Señor alabanza será motivo de sumo gozo y deleite a nuestro ser, además de traernos inmensa bendición. Si una actitud de alabanza abunda en nuestro interior, pues así mismo, ésta brotará hacia el exterior como producto de nuestra relación íntima y diaria con Dios.
“El hombre bueno, del buen tesoro de su corazón saca lo bueno; y el hombre malo, del mal tesoro de su corazón saca lo malo; porque de la abundancia del corazón habla la boca.”
Lucas 6:45
Solo el Señor debe ser el centro, anhelo y razón de nuestra alabanza y adoración.
Y tú, ¿cómo crees que será adorar a Dios en el cielo? Déjanos saber lo que piensas, en los comentarios de este artículo.

LA ADORACIÓN EN EL CIELO (1a Parte)

LA ADORACIÓN EN EL CIELO (1a Parte)

 
CÓMO LE ADORAN EN EL CIELO?
 
Son muchos los que han llegado a pensar y aún, a decir, que adorar a Dios por toda la eternidad no será deleitoso; sino más bien, hablando en términos humanos, será algo cansado, aburrido o fastidioso. ¡Nada más equivocado!
Quienes dicen tal cosa, quizás no son aún verdaderos adoradores en esta tierra. Lo más probable es que todavía no hayan aprendido a adorar a Dios “en espíritu y en verdad”, como Dios quiere que lo hagamos (Juan 4:23-24). Además, seguramente están viendo la adoración desde la perspectiva que nuestra limitada e imperfecta humanidad lo permite.
 
Si aquellos que así piensan, no conciben la idea de pasarse adorando a Dios por una hora, aquí en esta tierra; pues mucho menos les parecerá factible imaginarse a sí mismos haciéndolo todo el tiempo, por siempre y para siempre en el cielo.
En realidad, aquí estamos sujetos a un cuerpo natural, físico, que nos demanda muchas exigencias; así como a una mente que no comprende a cabalidad el hecho de una permanente y continua intimidad con Dios en adoración.
En cambio, allá en el cielo, estaremos en perfecta, completa y eterna comunión en intimidad con nuestro Señor. Ya para ese entonces, seremos perfectos antes Dios y estaremos en un cuerpo glorificado. No estaremos nunca más sujetos a los deseos, pasiones, preocupaciones o angustias de este mundo actual. Ni siquiera el tiempo, tal como lo conocemos, tendrá ya validez.
Por eso, despojados de esas cargas y limitaciones terrenas, en el cielo nos veremos espontáneamente impulsados a adorar a Dios; lo cual, por cierto, haremos de manera placentera.
Si nos detenemos a estudiar lo que la Biblia nos habla acerca de la adoración celestial, veremos que el cielo hay y habrá continua adoración a Dios de una manera tal que, hoy por hoy, nos sería difícil concebirla, desde nuestro entendimiento natural.
Veamos un pasaje que nos revela un poco acerca de cómo será la adoración en el cielo. El Señor le permitió al apóstol Juan contemplar esta revelación; y él la dejó plasmada en el libro de Apocalipsis:
“Después de esto miré, y he aquí una puerta abierta en el cielo; y la primera voz que oí, como de trompeta, hablando conmigo, dijo: Sube acá, y yo te mostraré las cosas que sucederán después de estas. Y al instante yo estaba en el Espíritu; y he aquí, un trono establecido en el cielo, y en el trono, uno sentado. Y el aspecto del que estaba sentado era semejante a piedra de jaspe y de cornalina; y había alrededor del trono un arco iris, semejante en aspecto a la esmeralda. Y alrededor del trono había veinticuatro tronos; y vi sentados en los tronos a veinticuatro ancianos, vestidos de ropas blancas, con coronas de oro en sus cabezas.
Y del trono salían relámpagos y truenos y voces; y delante del trono ardían siete lámparas de fuego, las cuales son los siete espíritus de Dios. Y delante del trono había como un mar de vidrio semejante al cristal; y junto al trono, y alrededor del trono, cuatro seres vivientes llenos de ojos delante y detrás. El primer ser viviente era semejante a un león; el segundo era semejante a un becerro; el tercero tenía rostro como de hombre; y el cuarto era semejante a un águila volando. Y los cuatro seres vivientes tenían cada uno seis alas, y alrededor y por dentro estaban llenos de ojos; y no cesaban día y noche de decir: Santo, santo, santo es el Señor Dios Todopoderoso, el que era, el que es, y el que ha de venir.
Y siempre que aquellos seres vivientes dan gloria y honra y acción de gracias al que está sentado en el trono, al que vive por los siglos de los siglos, los veinticuatro ancianos se postran delante del que está sentado en el trono, y adoran al que vive por los siglos de los siglos, y echan sus coronas delante del trono, diciendo: Señor, digno eres de recibir la gloria y la honra y el poder; porque tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad existen y fueron creadas.”
Apocalipsis 4:1-11
Intento imaginarme esa escena. Aunque nadie puede decir con certeza qué o quiénes son esos cuatro seres vivientes ni podemos comprender del todo su apariencia, la Biblia nos cuenta que son seres asombrosos (Ezequiel 1:1-28) que están delante de la presencia de Dios y le rinden continua adoración. Si nos fijamos, nos dice el Apocalipsis que ellos no cesan, no paran, no se detienen nunca de adorar a Dios.
Me llama la atención que dice este pasaje que estos cuatro seres vivientes no cesaban día y noche de decir: Santo, Santo, Santo…” Y eso no es todo. Se nos relata aquí que siempre” (o sea, cada vez y de continuo) que estos cuatro seres vivientes hacen esto, pues los veinticuatro ancianos se postran delante del que está sentado en el trono y adorany echan sus coronas delante del trono.”
Siendo así, estos veinticuatro ancianos están postrados ante el Señor prácticamente todo el tiempo (pues los cuatro seres vivientes nunca cesan de adorar a Dios). Las coronas de esos 24 ancianos están más tiempo a los pies del Señor que sobre sus cabezas. Si las llegan a recoger, entonces, simplemente, cada vez que se levantan y miran cara a cara a Dios, contemplando su incomparable belleza y majestad, pues las vuelven a arrojar a los pies del Señor y se postran ante él.
Tampoco se sabe con completa certeza quiénes son esos veinticuatro ancianos. Hay quienes piensan que se trata de un grupo representativo de los redimidos. Otros creen que se trata de los once apóstoles, el apóstol Pablo y algunos profetas. O quizás, son seres totalmente celestiales. Eso tampoco yo lo sé y creo que, a ciencia cierta, tampoco nadie.
Pero, sea como fuere, el asunto que quiero recalcar aquí es que estos veinticuatro ancianos (a quienes Dios mismo les concedió el sumo honor de coronarlos y sentarlos a cada uno en un trono alrededor de Su propio trono - Ap. 4:4), ellos, a sí mismos, no se consideran dignos de conservar sobre sus cabezas sus coronas. Más bien, en señal del reconocimiento del supremo señorío de Dios, las arrojan a sus pies y se rinden ante él en hermosa actitud de adoración.
Pues, ¿cuánto más no deberíamos nosotros, simples mortales, en humildad, rendirle adoración al Señor, siempre y cada día de nuestras vidas? Adorar al Señor es, entre otras cosas, una señal de nuestro reconocimiento de su completo Señorío y majestad. Él es el supremo Rey, entre todos los reyes. Por eso, es mi opinión muy personal que, cuando un hijo de Dios no pone interés en adorarle, ello revela un signo de altivez en su persona.
Piénselo usted: todos aquellos seres (los cuatro seres vivientes, los veinticuatro ancianos, los ángeles, arcángeles, querubines, serafines) que tienen el privilegio de estar ante el trono de Dios y contemplarle; que son magníficos, comparados con nosotros, y están continuamente en la presencia del Señor; bueno, si ellos participan gozosos y fervientemente de la continua adoración celestial; pues ¿cómo no hemos nosotros de adorar al Señor desde esta tierra y unir nuestras voces a las de todos ellos, en verdadera adoración, como Dios quiere que lo hagamos?
Empecemos a aprender a hacerlo ahora que estamos en este cuerpo mortal. Pues si no, ¿cómo habremos de hacerlo en el cielo?
Las Escrituras nos dicen que todos aquellos que alcancemos la vida eterna, también llegaremos a formar parte de esa hermosa, permanente y eterna adoración a Dios:
“Después de esto miré, y he aquí una gran multitud, la cual nadie podía contar, de todas naciones y tribus y pueblos y lenguas, que estaban delante del trono y en la presencia del Cordero, vestidos de ropas blancas, y con palmas en las manos; y clamaban a gran voz, diciendo: La salvación pertenece a nuestro Dios que está sentado en el trono, y al Cordero. Y todos los ángeles estaban en pie alrededor del trono, y de los ancianos y de los cuatro seres vivientes; y se postraron sobre sus rostros delante del trono, y adoraron a Dios, diciendo: Amén. La bendición y la gloria y la sabiduría y la acción de gracias y la honra y el poder y la fortaleza, sean a nuestro Dios por los siglos de los siglos. Amén.”
Apocalipsis 7:9-12
“Después de esto oí una gran voz de gran multitud en el cielo, que decía: ¡Aleluya! Salvación y honra y gloria y poder son del Señor Dios nuestro; porque sus juicios son verdaderos y justos… Y los veinticuatro ancianos y los cuatro seres vivientes se postraron en tierra y adoraron a Dios, que estaba sentado en el trono, y decían: ¡Amén! ¡Aleluya!
Y salió del trono una voz que decía: Alabad a nuestro Dios todos sus siervos, y los que le teméis, así pequeños como grandes. Y oí como la voz de una gran multitud, como el estruendo de muchas aguas, y como la voz de grandes truenos, que decía: ¡Aleluya, porque el Señor nuestro Dios Todopoderoso reina! Gocémonos y alegrémonos y démosle gloria; porque han llegado las bodas del Cordero, y su esposa se ha preparado. Y a ella se le ha concedido que se vista de lino fino, limpio y resplandeciente…”
Apocalipsis 19:1-2,4-8
El profeta Isaías también tuvo el privilegio de vislumbrar un poco de la gloria de Dios en el cielo y de la adoración celestial:
“En el año que murió el rey Uzías vi yo (Isaías) al Señor sentado sobre un trono alto y sublime, y sus faldas llenaban el templo. Por encima de él había serafines; cada uno tenía seis alas; con dos cubrían sus rostros, con dos cubrían sus pies, y con dos volaban. Y el uno al otro daba voces, diciendo: Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos; toda la tierra está llena de su gloria. Y los quiciales de las puertas se estremecieron con la voz del que clamaba, y la casa se llenó de humo.”
Isaías 6:1-4
Así que, si aún no hemos aprendido a gozarnos y alegrarnos en la alabanza ni a sumergirnos en adoración ante nuestro Rey, pues será mejor que vayamos aprendiendo y nos acostumbremos a hacerlo, pues aquí en la tierra ese es solo nuestro entrenamiento, al respecto de algo que haremos por toda la eternidad en su bendita presencia: adorarle.
Muchos han dicho que la adoración que elevamos a Dios, desde esta tierra, es solo un "ensayo" de lo que haremos en el cielo. Y creo que eso tiene mucho de cierto. Y si “los ensayos” terrenales pueden ser tan magníficos, ¡cuánto más lo será el celestial “concierto final”!
Medite usted también un poco sobre esto otro: los creyentes en esta tierra podemos y debemos hacer diversas cosas que Dios nos ha encomendado: predicamos y enseñamos su santa y bendita Palabra, llevando el Evangelio y haciendo discípulos. También, buscamos su presencia en oración; igualmente, elevamos alabanza y adoración a él. Ofrendamos y diezmamos para su obra; hacemos obra de caridad para con nuestro prójimo, etc.
Pues bien, todo ello es bueno, necesario y magnífico y de no hacerlo, creo que tendríamos que darle cuentas a Dios. Pero, de todo lo anterior solo hay una cosa que prevalecerá y que seguiremos haciendo cuando estemos en su presencia por toda la eternidad. Sabemos cuál es ¿verdad?
Bueno, allá en el cielo ya no habrá necesidad de la oración, pues le veremos tal como él es y podremos conversar cara a cara con él:
“Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es."
1 Pedro 3:2
En el cielo tampoco predicaremos ni enseñaremos su Palabra a otros, pues en aquel día lo conoceremos todo. Ya no habrá más almas que salvar, pues las que se salvaron, estarán allá también con nosotros; y las que no, pues ya no habrá más oportunidad de predicarles ni de salvarlas.
“…está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio,”
Hebreos 9:27
De igual manera, tampoco diezmaremos ni ofrendaremos en el cielo, pues disfrutaremos de la plenitud y las riquezas del Señor. El dinero ya no tendrá valor pues la ciudad celestial será de oro. Ese oro, que hoy tanto valoramos y con el cual nos ataviamos, entonces estará a montones, y será el suelo que pisemos.
"Y me llevó en el Espíritu a un monte grande y alto, y me mostró la gran ciudad santa de Jerusalén, que descendía del cielo, de Dios... El material de su muro era de jaspe; pero la ciudad era de oro puro, semejante al vidrio limpio."
Apocalipsis 21.10,18
Pero, además de todas estas cosas, algo que ya hacemos aquí, en este mundo terrenal y que seguiremos haciendo por la eternidad será, precisamente, adorar a Dios.
La adoración a Dios preexiste al ser humano y prevalecerá por los siglos de los siglos, por toda la eternidad; trascendiendo el tiempo y el espacio. Siendo en sí, la exaltación a Dios, el todo y razón del universo.
Puedes ver la continuación de este artículo en:
¿CÓMO LE ADORAREMOS EN EL CIELO?

¿Cómo imaginas que es la adoración a Dios, que se lleva a cabo ahora mismo en el cielo? Cuéntanos lo que piensas..

LA ACTITUD AL ADORAR A DIOS (2a Parte)

LA ACTITUD AL ADORAR A DIOS (2a Parte)


CÓMO LLEGAR ANTE DIOS EN ADORACIÓN?
 
En el artículo ¿Cómo llegar ante Dios en adoración? Parte 1, empezamos a analizar el pasaje de Miqueas 6:6-8, y hablamos acerca de procurar vivir rectamente delante del Señor (en justicia, misericordia y humilad), para que cuando vengamos ante él en adoración, esa adoración que le ofrezcamos, tenga esencia y validez.
Pero además de todo eso, hay otra enseñanza muy importante que también nos arroja el mencionado pasaje bíblico. Ponga especial atención a lo que está resaltado esta vez:
“¿Con qué me presentaré ante Jehová, y adoraré al Dios Altísimo? ¿Me presentaré ante él con holocaustos, con becerros de un año? ¿Se agradará Jehová de millares de carneros, o de diez mil arroyos de aceite? ¿Daré mi primogénito por mi rebelión, el fruto de mis entrañas por el pecado de mi alma?
Miqueas 6:6-7
Pasemos, pues a ver otras de las enseñanza que nos arroja el pasaje en cuestión:
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1. La adoración a Dios NO DEPENDE DE COSAS MATERIALES QUE PODAMOS OFRECER.
En el pasaje anterior se nos muestra que lo realmente importante no son las cosas materiales que podamos ofrecerle a Dios. Podemos darnos cuenta de esto, por la forma en que aquí se hace alusión a lo material. Se nos dice, de forma algo irónica: “millares de carneros”; “diez mil arroyos de aceite”. Es decir, esas son cosas que, en realidad, una persona no estaría en capacidad de ofrecerlas a Dios. Incluso, ni aquello realmente preciado para alguien (la vida de su propio primogénito) obraría como justificación, si es que a alguno se le ocurriera intentar ofrecerla.
Es que podemos, en un momento dado, presentar, entregar y ofrecer a Dios ciertas cosas materiales que son preciadas para nosotros, como un acto de gratitud a él, en acción de gracias. Estas cosas pueden ser buenas, en sí. Pero de nada servirían, si no van respaldadas por una vida agradable a Dios. Y mucho menos, serían capaces de justificar a nadie delante de Dios.
Ahora bien, lo anterior no significa que no podamos ofrecer ofrendas materiales a Dios, como un acto de gratitud, en actitud de alabanza a él. Claro que sí podemos hacerlo.
A lo que me refiero aquí es a que nunca pensemos que nuestras ofrendas o sacrificios son los que nos abren la puerta de la adoración, ante el Señor. Más bien, lo verdaderamente importante es la actitud del corazón con que venimos ante Dios para ofrecerle nuestra adoración. Lo cual nos lleva al siguiente punto de nuestro estudio:

2. Al adorar a Dios, lo primordial es LA ACTITUD DE NUESTRO CORAZÓN:
Entendamos siempre que para tener acceso a la presencia del Señor, lo único que nos abre paso expedito es el sacrificio de Jesucristo, quien derramó su sangre para limpiarnos de todo pecado y darnos entrada la presencia de Dios.
Así que, si queremos tener acceso ante el trono de Dios, debemos acudir a él, no apoyados en nuestras obras o acciones (que jamás nos justificarán, sino que más bien, obran en nuestra contra). La única forma de acudir a Dios es en un acto de genuina humildad, reconociendo que solo es por la misericordia y amor del Señor que podemos acercarnos a él, y amparándonos entonces en su justificación, por su sangre. Acercarnos de esa forma al Señor, de por sí, es un acto de humilidad.
Y PARA ACERCARNOS A ADORARLE, PUES TAMBIÉN DEBEMOS HACERLO BAJO LA MISMA ACTITUD DE HUMILIDAD Y SENCILLEZ, para poder serles gratos al Señor:
“Señor, abre mis labios, y publicará mi boca tu alabanza. Porque no quieres sacrificio, que yo lo daría; no quieres holocausto. Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado; al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios.”
Salmos 51:15-17
Si queremos tocar el corazón de Dios, pues nada más certero como presentarnos en verdadera humildad. Y cuando digo verdadera, me refiero a que sea genuina, pues de no serlo así, el Señor lo sabrá, pues a él nadie le engaña.
Como acabamos de leer en los versículos anteriores, Dios no rechaza ni desprecia a aquella persona que le busca, reconociendo su imperfecta condición humana y que, por eso, en fe, se ampara en su misericordia y su gracia. Quien así se acerque al Señor, bien le hallará:
"Pero sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan."
Hebreos 11:6
Pero recordemos que como Dios es tan excelso, nos atenderá si es que le buscamos en humildad. Sino, no:
"Porque Jehová es excelso, y atiende al humilde, Mas al altivo mira de lejos."
Salmo 138:6
"...pero miraré a aquel que es pobre y humilde de espíritu, y que tiembla a mi palabra."
Isaías 66:2

3. La adoración debe ir acompañada DE UNA VIDA AGRADABLE A DIOS:
Más allá de la actitud correcta al ofrecerle a Dios nuestra adoración, ésta deber ser respaldada por una vida en integridad, con la cual procuremos exaltar a Dios en nuestro diario vivir. Es decir, nuestra conducta y obras deben ser cónsonas con esa adoración que le vamos a ofrecer al Señor.
"Dame, hijo mío, tu corazón, miren tus ojos por mis caminos."
Proverbios 23:26
Es decir, hemos de entregarnos, de corazón al Señor, en adoración. Pero también la frase "miren tus ojos por mis caminos" se refiere a poner cuidado en seguir la senda del Señor, así como a todo aquello que sea agradable a él. En esencia, es vivir una vida en rectitud e integridad.
Y si todo lo anterior es así, respecto a las cosas tangibles y materiales que entreguemos a Dios, pues ¿cuánto más no lo será respecto a la adoración que le ofrecemos a él? Pues, nuestra vida misma (en pensamiento, palabra y obra) debe ser cónsona con esa adoración de a Dios le ofrecemos. Es decir, nuestra adoración debe ir respaldada por una vida agradable a Dios.

Recordemos siempre que Dios mira LA VIDA DEL OFERENTE, al igual que SU ACTITUD; y entonces después, mira LO QUE SE LE ESTÁ OFRECIENDO.
Un ejemplo de la importancia de la actitud del oferente, así como de llevar una vida recta, lo vemos en las ofrendas que presentaron Caín y Abel:
“Y aconteció andando el tiempo, que Caín trajo del fruto de la tierra una ofrenda a Jehová. Y Abel trajo también de los primogénitos de sus ovejas, de lo más gordo de ellas. Y miró Jehová con agrado a Abel y a su ofrenda; pero no miró con agrado a Caín y a la ofrenda suya. Y se ensañó Caín en gran manera, y decayó su semblante.”
Génesis 4:3-5
Algunos han dicho que lo malo de la ofrenda de Caín estribaba en que él ofreció del fruto de la tierra, la cual estaba ya maldita, por causa del pecado de sus padres (Génesis 3:17-18). Y que al hacerlo, pretendía justificarse por sus propias obras, ofreciendo de lo que él había cosechado a través de su arduo trabajo.
Y en cuanto a Abel, algunos piensan que lo bueno de su ofrenda fue que, primeramente, ofreció no tan solo una ofrenda, sino un sacrificio: sacrificio de sangre, como Dios mismo lo estableció. Aunque la Biblia no nos lo dice literalmente, podemos pensar que Dios mismo sacrificó algún animal, (probablemente una oveja) para cubrir la desnudez de Adán y Eva (Génesis 3:21). Con esto, Dios les ilustró el futuro sacrificio de Cristo (Hebreos 9:22-24,28), quien es el único capaz de expiar el pecado y justificar al hombre. Seguramente, Adán y Eva continuaron con esta ordenanza y les enseñaron a sus hijos que esa era la forma como debían acercarse a Dios. Abel siguió lo establecido, pero Caín no.
Todo lo anterior puede ser muy cierto y le encuentro fundamento bíblico. Pero además de todo eso, pienso, muy personalmente, que también primaron otros factores que determinaron que una ofrenda agradara al Señor y la otra le desagradara.
Primero, se nos dice simplemente que Caín trajo del fruto de la tierra (v.3). Pero en cuanto a Abel, se nos aclara que él trajo el mejor ejemplar de sus ovejas, y que era un primogénito (v.4). Es decir, no solo ofreció lo que debía ofrecer, sino que ofreció lo mejor que podía entregar a Dios. Lo anterior nos hace énfasis en LA ACTITUD DEL CORAZÓN con que Abel vino a presentarse delante de Dios.
Pero además, veo en todo esto otro punto importante. En Génesis 4:6-10 , se nos explica cómo Caín se ensañó contra su hermano, le engañó, le traicionó y, sin ningún reparo, le quitó la vida. Es decir, de antemano tenía que haber habido en el corazón de Caín mucho odio, envidia, amargura y maldad para que actuara de tal manera.
Por eso, pienso que aún desde antes de que Caín presentara su ofrenda ante Dios, ya a Dios le desagradaba el corazón y la propia vida de Caín, más que su ofrenda misma. Y esto nos lo corrobora el siguiente pasaje:
“Porque este es el mensaje que habéis oído desde el principio: Que nos amemos unos a otros. No como Caín, que era del maligno y mató a su hermano. ¿Y por qué causa le mató? Porque sus obras eran malas, y las de su hermano justas.”
1 Juan 3:11-12
“El sacrificio de los impíos es abominación; ¡cuánto más, ofreciéndolo con maldad!”
Proverbios 21:27
Me parece que la principal razón por la cual "el sacrificio de los impíos es abominación" a Dios, es, precisamente, porque viven impíamente. Es decir, el diario vivir de éstos no agrada a Dios. Y por consiguiente, producto de una vida así (pues ¿qué más se podría esperar?) sus sacrificios también eran ofrecidos con maldad y no podían agradarle a Dios.
Pienso que eso fue lo que sucedió con Caín. Quizás su ofrenda no fue la correcta; pero creo que, peor que eso, su propio corazón, de por sí, ya era malo, al venir ante Dios a presentar su ofrenda.
Es que se nos dice que Dios miró con agrado A Abel y a su ofrenda” (v.4); “pero no miró con agrado a Caín y a la ofrenda suya” (v.5). O sea, que el Señor no examina solo lo que ofrecemos, sino también, A LA PERSONA que lo está ofreciendo. Dios se fija primero en el oferente, y luego, en la ofrenda.
Así, es importante PROCURAR LLEVAR UNA VIDA QUE SEA AGRADABLE ANTE DIOS, como punto de partida para que, de esa forma, lo que le ofrezcamos a él también le sea grato.
En el libro de Isaías se nos presenta otro caso que reafirma este mismo principio. Dios le recrimina a aquellos de Israel que, aún siguiendo los preceptos establecidos para los rituales, sus sacrificios les eran desagradables al Señor. Y luego Dios mismo explica claramente la razón por la cual le desagradan los sacrificios de ellos: porque la vida que estas personas llevaban era desagradable ante Dios. Veamos:
"El que sacrifica buey es como si matase a un hombre; el que sacrifica oveja, como si degollase un perro; el que hace ofrenda, como si ofreciese sangre de cerdo; el que quema incienso, como si bendijese a un ídolo. Y porque escogieron sus propios caminos, y su alma amó sus abominaciones, también yo escogeré para ellos escarnios, y traeré sobre ellos lo que temieron; porque llamé, y nadie respondió; hablé, y no oyeron, sino que hicieron lo malo delante de mis ojos, y escogieron lo que me desagrada".
Isaías 66:3,4
Los rituales citados en el pasaje anterior bien pudiesen haber sido aceptables delante de Dios, pues él mismo los había establecido. Es decir, el sacrificar bueyes y ovejas (1 Reyes 8:63), hacer ofrenda (Éxodo 36:3) y quemar incienso (2 Crónicas 2:1,4,6) eran cosas que regularmente la nación de Israel hacía para el Señor. Así que en este caso, lo malo no consistía en los sacrificios en sí, sino en la mala vida de las personas que los ofrecían.
Se nos dice que aquellas personas "escogieron sus propios caminos" (no los del Señor), "sus almas amaron las abominaciones"; "hicieron lo malo" ante los ojos de Dios y "escogieron lo que desagrada" al Señor. Y fue precisamente por eso que sus sacrificios no podían agradarle a Dios.
Y le desagradaban a tal punto, que Dios los compara entonces con otras cosas que sí eran abominación ante él; tales como "matar a un hombre", "degollar a un perro", "ofrecer sangre de cerdo" y "bendecir a un ídolo".
Es decir, todo en llevar una vida que agrade a Dios, para que entonces lo que le ofrezcamos a él tenga esencia y validez y le sea agradable verdaderamente

LA ACTITUD AL ADORAR A DIOS (1a Parte)

LA ACTITUD AL ADORAR A DIOS (1a Parte)


CÓMO LLEGAR ANTE DIOS EN ADORACIÓN?

 
El profeta Miqueas, hace muchos siglos, planteó esta interrogante:

“¿Con qué me presentaré ante Jehová, y adoraré al Dios Altísimo?"
(Miqueas 6:6)

Tal vez usted mismo se habrá hecho esa pregunta en más de una ocasión. En ese pasaje del libro de Miqueas, luego de dicha interrogante, se nos da seguidamente la respuesta. Y ésta se refiere a tres cosas importantes que Dios mismo dice que pide de nosotros.
Por eso, considero que deberíamos examinar nuestras vidas, a la luz de estas condiciones que el Señor nos pide, si queremos presentarnos ante Dios en adoración, de una forma que sea agradable a él. En los versículos subsiguientes el Señor nos muestra claramente tres cosas “que son buenas” y “que él pide de nosotros”. Veamos cuáles son éstas (fíjese en lo que está resaltado):
“¿Con qué me presentaré ante Jehová, y adoraré al Dios Altísimo? ¿Me presentaré ante él con holocaustos, con becerros de un año? ¿Se agradará Jehová de millares de carneros, o de diez mil arroyos de aceite? ¿Daré mi primogénito por mi rebelión, el fruto de mis entrañas por el pecado de mi alma? Oh hombre, él te ha declarado lo que es bueno, y qué pide Jehová de ti: solamente hacer justicia, y amar misericordia, y humillarte ante tu Dios.”
Miqueas 6:6-8
1. “HACER JUSTICIA”:
Esto significa obrar en razón de lo que es correcto, sin desviarse ni atender a lo contrario. Es llevar una vida en equidad, que cumple la voluntad de Dios y aquello que es bueno y agradable delante de él. Es que Dios mismo ama la justicia:
“Porque Jehová es justo, y ama la justicia; el hombre recto mirará su rostro.”
1 Samuel 15:22
Es decir, Dios se deleita en la justicia. Y además se nos da a entender en ese mismo versículo anterior que hay una recompensa inherente al hacer lo que es recto ante Dios: "El hombre recto mirará su rostro." Pero a la vez, nuestra motivación para hacer justicia debe ser agradar a Dios; no el ser elogiados por los hombres.
Guardaos de hacer vuestra justicia delante de los hombres, para ser vistos de ellos; de otra manera no tendréis recompensa de vuestro Padre que está en los cielos.”
Mateo 6:1
Resulta interesante también que en Miqueas 6:8 no se nos dice que Dios nos mande simplemente a “amar justicia" , ya que él la ama. Más bien, se nos dice claramente allí que el Señor nos manda a hacer justicia. Es decir, implica más que algo pasivo. Es decir, conlleva acción; implica un proceder de vivir rectamente:
“...Dejad de hacer lo malo; aprended a hacer el bien; buscad el juicio, restituid al agraviado, haced justicia al huérfano, amparad a la viuda. Venid luego, dice Jehová, y estemos a cuenta...”
Isaías 1:16-18
El hacer justicia delante de Dios y obedecerle es más agradable ante él que procurar hacer obras para impresionarle. Además, de nada nos valdría hacerlas, si nuestra vida misma en sí no es agradable ante Dios:
Hacer justicia y juicio es a Jehová más agradable que sacrificio.”
Proverbios 21:3
“Y Samuel dijo: ¿Se complace Jehová tanto en los holocaustos y víctimas, como en que se obedezca a las palabras de Jehová? Ciertamente el obedecer es mejor que los sacrificios, y el prestar atención que la grosura de los carneros.”
1 Samuel 15:22
“Diezmáis la menta y el eneldo y el comino, y dejáis lo más importante de la ley: la justicia, la misericordia y la fe. Esto era necesario hacer, sin dejar de hacer aquello.”
Mateo 23:23


2. “AMAR MISERICORDIA”:
La misericorida es una actitud bondadosa de compasión hacia otro, generalmente del ofendido hacia el ofensor; o desde el más afortunado hacia el más necesitado.
La misericordia es además, un atributo divino. Es decir, es una de las muchas cualidades de Dios. La Biblia nos señala repetidamente que el Señor es misericordioso en gran manera.

"Porque Dios misericordioso es Jehová tu Dios..."
Deuteronomio 4:31
"Misericordioso y clemente es Jehová; lento para la ira, y grande en misericordia."
Salmo 103:8
Por eso, si amamos la misericordia nos estaremos pareciendo a nuestro Padre celestial, quien es clemente y misericordioso.:
"Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen; para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos."
Mateo 5:44-45
Es más, Dios se deleita también en la misericordia:
“¿Qué Dios como tú, que perdona la maldad, y olvida el pecado del remanente de su heredad? No retuvo para siempre su enojo, porque (Dios) se deleita en misericordia."
Miqueas 7:18
Nótese que lo que nos pide Dios es "amar" misericordia; o sea, deleitarnos en hacer misericordia, tal como él lo hace. Y amar misericordia, también conlleva en sí, proceder con misericordia para con los demás. En el pasaje del buen samaritano, Jesús nos enseña lo siguiente:
“¿Quién, pues, de estos tres (dijo Jesús) te parece que fue el prójimo del que cayó en manos de los ladrones? Él (intérprete de la ley) dijo: El que usó de misericordia con él. Entonces Jesús le dijo: Ve, y haz tú lo mismo.”
Lucas 10:36-37
 
 
3. “HUMILLARTE ANTE TU DIOS”:
El común de la gente tiene el concepto de que la humillación es algo denigrante y que ofende la dignidad de la persona humana. Eso es muy cierto, si lo vemos solo en el sentido de cuando una persona se ensaña sobre otra. En ese caso, estamos hablando de un ser imperfecto que, quizás con crueldad pisotea a otro; ya sea por venganza, o solo por querer hacerle daño.
Pero si lo vemos en el sentido que le da Dios a la humillación, cuando nos dice que nos humillemos ante él, entonces ya es un asunto totalmente diferente:
Humillarse ante el Señor significa aceptar y reconocer (de manera voluntaria y con agrado) que Dios es sumamente superior a nosotros. En otras palabras, es reconocer que él es Dios y nosotros, hombres; y vivir y comportarse de acuerdo a ese precepto, teniéndolo siempre presente.
Y como Dios no es malo ni cruel (como la gente), él jamás le haría mal ni se ensañaría sobre aquella persona que se rinde y humilla ante él. Mas bien, es todo, todo lo contrario:
"Pero él da mayor gracia. Por esto dice: Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes."
Santiago 4:6
Pero eso sí: quien se comporta con soberbia, altivez o arrogancia ante Dios llevará todas las de perder. Es como golpear un huevo contra una roca; siempre el huevo se romperá. Y por supuesto, tratándose de nosotros y Dios, bien sabemos quiénes somos los huevos, ¿no?
Por eso, diría yo que existen dos tipos de humillación; de las cuales, la que Dios quiere de nosotros es la segunda de ellas. Y estas dos tipos son: 1. Que podemos ser humillados; o 2. Que podemos decidir humillarnos; que no es lo mismo, ni se escribe igual.

Podemos estar en humillación porque fuimos humillados por otros o por Dios mismo, directamente. O, por el contrario, podemos estar en humillación porque nosotros mismos decidimos humillarnos.
La primera condición (SER HUMILLADOS) acarrea vergüenza, menosprecio y tristeza; y viene como consecuencia de algo malo; como castigo a la soberbia. Quien recibe tal humillación, seguramente que no la deseaba ni tampoco la estaba buscando. Y gústele o no le guste, dicha persona la recibirá.
"Antes del quebrantamiento es la soberbia, y antes de la caída la altivez de espíritu."
Proverbios 16:18
La segunda condición (DECIDIR HUMILLARNOS) es producto de la humildad y sencillez de corazón en nosotros; y es un acto totalmente voluntario; nunca impositivo. Trae paz, conduce a la posterior exaltación y conlleva en sí, un galardón de Dios.
“Porque cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla, será enaltecido.”
Lucas 14:11
Estas fueron palabras del Señor Jesús. Nótese que dice cualquiera”; lo cual nos da a entender que nadie escapa de tal ley espiritual que Dios dejó establecida. Por consiguiente, ninguna persona ni ningún ser estará exento de recibir el justo castigo si es altivo. Y de la misma manera, también Dios estableció que hay recompensa para todo aquel que hace lo correcto al respecto; y dicha recompensa es que será, a la postre, enaltecido.
Vemos también aquí que dice claramente en el versículo de más arriba que quien se enaltece “será humillado”. Es decir, será humillado por otros; ya sea, por Dios directamente, o por otras personas (quienes, al fin y al cabo, terminan siendo solo instrumentos de Dios para que ello se cumpla). Y también se nos dice en dicho versículo que “el que se humilla” será enaltecido. No dice “al que lo humillan”. Se refiere más bien a aquel que voluntariamente se humilla a sí mismo. O sea, a aquella persona que se pone a sí misma, voluntariamente, en una condición de humildad.
Dios detesta la altivez. Al respecto, nos cuenta la Biblia de 7 cosas que Dios no soporta; y me llama la atención que la altivez es la primera de ellas:
"Seis cosas aborrece Jehová, y aun siete abomina su alma: Los ojos altivos..."
Proverbios 6:16,17
Es que para quien se enaltece a sí mismo y se muestra soberbio o vanaglorioso; ya está dictada una sentencia divina sobre tal persona.
“Y el soberbio tropezará y caerá, y no tendrá quien lo levante…”
Jeremías 50:32
Y la Biblia está llena de ejemplos al respecto. Veamos solo uno:
“Mas cuando (Uzías) ya era fuerte, su corazón se enalteció para su ruina… Y le miró el sumo sacerdote Azarías, y todos los sacerdotes, y he aquí la lepra estaba en su frente; y le hicieron salir apresuradamente de aquel lugar; y él también se dio prisa a salir, porque Jehová lo había herido. Así el rey Uzías fue leproso hasta el día de su muerte, y habitó leproso en una casa apartada, por lo cual fue excluido de la casa de Jehová…”
2 Crónicas 26:16,20,21
Las Escrituras nos hablan de muchos otros casos de personas que se enaltecieron, pero que de una u otra forma, Dios mismo los humilló. Eso sucedió con muchos reyes de Israel y de otros reinos (como Nabucodonosor); también, con hombres de guerra; con levitas, profetas, sacerdotes; e incluso, con el propio Lucifer.
Pero Dios es misericordioso y puede detener su castigo, si es que quien se enaltece llega luego a humillarse verdaderamente cuando aún está a tiempo; y si es que Dios así se lo concede. Tal fue el caso del rey Ezequías, de Nabucodonosor (que ni siquiera era de Israel) e incluso, Acab, uno de los reyes de Israel más perversos que registra la Biblia:
“Pero Ezequías, después de haberse enaltecido su corazón, se humilló, él y los moradores de Jerusalén; y no vino sobre ellos la ira de Jehová en los días de Ezequías.”
2 Crónicas 32:26

"Habló el rey (Nabucodonosor) y dijo: ¿No es ésta la gran Babilonia que yo edifiqué para casa real con la fuerza de mi poder, y para gloria de mi majestad?
Aún estaba la palabra en la boca del rey, cuando vino una voz del cielo: A ti se te dice, rey Nabucodonosor: El reino ha sido quitado de ti;
y de entre los hombres te arrojarán, y con las bestias del campo será tu habitación, y como a los bueyes te apacentarán; y siete tiempos pasarán sobre ti, hasta que reconozcas que el Altísimo tiene el dominio en el reino de los hombres, y lo da a quien él quiere.
En la misma hora se cumplió la palabra sobre Nabucodonosor... Mas al fin del tiempo yo Nabucodonosor alcé mis ojos al cielo, y mi razón me fue devuelta; y bendije al Altísimo, y alabé y glorifiqué al que vive para siempre, cuyo dominio es sempiterno, y su reino por todas las edades."
Daniel 4:30-34


"He aquí yo traigo mal sobre ti, y barreré tu posteridad y destruiré hasta el último varón de la casa de Acab, tanto el siervo como el libre en Israel.
(A la verdad ninguno fue como Acab, que se vendió para hacer lo malo ante los ojos de Jehová... El fue en gran manera abominable...)
Y sucedió que cuando Acab oyó estas palabras, rasgó sus vestidos y puso cilicio sobre su carne, ayunó, y durmió en cilicio, y anduvo humillado.
Entonces vino palabra de Jehová a Elías tisbita, diciendo: ¿No has visto cómo Acab se ha humillado delante de mí? Pues por cuanto se ha humillado delante de mí, no traeré el mal en sus días; en los días de su hijo traeré el mal sobre su casa."
1 Reyes 21:21,25-29

Recordemos que solo Dios tiene toda potestad para humillar y para exaltar:
“Mas Dios es el juez; a éste humilla y a aquél enaltece.”
Salmo 75:7
Tu arrogancia te engañó, y la soberbia de tu corazón. Tú que habitas en cavernas de peñas, que tienes la altura del monte, aunque alces como águila tu nido, de allí te haré descender, dice Jehová.”
Jeremías 49:16
Solo procuremos siempre buscar aquella condición de humildad que resulta agradable al Señor:
“Jehová es excelso, y atiende al humilde, mas al altivo mira de lejos."
Salmo 138:6



A manera de conclusión de este artículo, quisiera resaltar que no son nuestras obras o acciones per sé, las que nos abren la puerta de la adoración ante Dios.
No es que el "hacer justicia, amar misericordia y humillarse ante Dios" (Miqueas 6:8) nos justifica ante Dios. Más bien, lo que nos enseña este pasaje citado es la importancia de llevar una vida en rectitud delante del Señor para que, cuando le entreguemos nuestra adoración, ésta le sea acepta y llegue como olor grato ante su presencia: porque no serán entonces solo palabras o emoción; sino que nuestra vida misma será una expresión cristalizada, un ejemplo vívido de adoración a él.
"Porque para Dios somos grato olor de Cristo"
2 Corintios 2:15
En tu caso, ¿qué es lo que consideras que debe ser lo más importante, en cuanto a nuestra actitud cuando adoramos a Dios?